De chiquita pensaba asi!

Odio la ropa nueva.
Si la eligió mi abuela,
me queda fea.
Si la eligió mamá,
me queda mal.
Si yo mismo elegí,
me arrepentí.
Adoro mi ropa vieja:
es suave, es linda y es fiel,
es calentita y mimosa,
es como mi propia piel.
La ropa nueva
huele mal,
es odiosa,
no es normal,
la siento encima
todo el tiempo,
me pica mucho,
en todo el cuerpo,
no me la olvido,
está siempre ahí,
es un grano
en la nariz.
¡La ropa nueva
no es para mí!

Nunca más quiero estrenar
más que ropa bien gastada,
vieja rota y remendada.
pero eso sí:
tiene que haber sido usada
solamente por mí.