Depresiones cotidianas

Me deprimen las parejas que van juntas al gimnasio. Que intercambian playlist motivadoras y se besan salados de sudor. Me deprimen las que reemplazaron el sexo con comida. Si no va más, no va más. Separate. No todo se puede solucionar con un revuelto gramajo.
Me deprimen los zoológicos. Fui una sola vez al de Buenos Aires y la primera jaula que vi fue la del oso polar, Winner, en paz descanse. Me deprime el color marrón. Habría que erradicarlo de la escala cromática, que quede para los árboles. Me entristecen a niveles patológicos las bolsas de supermercado sueltas, sin posesiones, deambulando por el mundo. Si algo aprendí de Belleza Americana, es que las bolsas también sienten. Me deprimen los veganos que te bajan línea de lo nocivo que es el alimento que estás ingiriendo. Yo no sé vos, pero a mí ciertos quesos me han dado más felicidad que ciertos chongos. Así que callate y dejame en paz con mi gorgonzola. Me deprimen las personas que le dicen running a correr. Como si fuera un fenómeno de la física aerodinámica recientemente descubierto y no una conducta que el hombre lleva a cabo desde que era un mono. Me deprimen las selfies tirando besito. Es ampliamente divulgado que eso es un truco para afinar el rostro. Me llenan de tristeza los padres que le ponen a sus hijos nombres como "Sherazade" porque les gustó la novela El Clon y de apellido le clavan un: Maidana. No es el pasaporte que vence a los cinco años, el nombre le va a durar toda la vida. Me da mucha angustia estar en un espacio físico donde hay colgado un cuadro de un payaso. 
Me deprime la gente que dice Negri, Cocucha y Family.
Las novias que escriben un TE AMO con masa en una pascualina. El Topo Gigio, qué ser deprimente, con esa vibra entre clonazepam y pedofilia. Pero sobre todo, me deprime la gente que estigmatiza la tristeza, que piensa que la vida es una llanura de mediocres alegrías y no se da cuenta de que la felicidad se construye en los cimientos de nuestras partes rotas.

Mercedes Romero